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El 'Vatican Information Service' (VIS) es un boletín informativo de la Oficina de Prensa Santa Sede. Transmite diariamente información sobre la actividad magisterial y pastoral del Santo Padre y de la Curia Romana... []

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jueves, 4 de febrero de 2010

TELEGRAMA POR OLIMPIADAS DE INVIERNO EN CANADA


CIUDAD DEL VATICANO, 4 FEB 2010 (VIS).-Se ha publicado hoy el telegrama del Santo Padre al arzobispo J. Michael Miller, C.S.B., de Vancouver (Canadá), con motivo de la celebración de los XXI Juegos Olímpicos de Invierno y los X Juegos Paralímpicos de Invierno que se celebrarán en la archidiócesis de Vancouver y en la diócesis de Kamloops  del 12 al 28 de febrero.

  En el texto, el Papa manifiesta el deseo de que el deporte sea siempre "una valiosa piedra de construcción de paz y amistad entre los pueblos y las naciones" y elogia la iniciativa ecuménica "More than Gold" que facilitará asistencia material y espiritual a los participantes en los Juegos.
TGR/JUEGOS OLIMPICOS INVIERNO/MILLER                VIS 20100204 (120)


AUDIENCIAS

CIUDAD DEL VATICANO, 4 FEB 2010 (VIS).-El Santo Padre recibió hoy en audiencias separadas:

-Dos prelados de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales en visita "ad limina":

    Obispo Charles Phillip Richard Moth, Ordinario Militar para Gran Bretaña.

    -Padre Michael Bernard McPartland, S.M.A., prefecto apostólico de las Islas Falkland o Malvinas y Superior de la Misión "sui iuris" de Saint Helena, Ascension and Tristan da Cunha.

-Tres prelados de la Conferencia Episcopal de Escocia en visita "ad limina":

    -Cardenal Keith Michael Patrick O'Brien, arzobispo de Saint Andrews and Edinburgh.

    -Arzobispo Mario Joseph Conti, de Glasgow.

    -Obispo Joseph Devine, de Motherwell.
AL/.../...                                        VIS 20100204 (100)

LA SALVACIÓN EN CRISTO, FUNDAMENTO DE LA JUSTICIA HUMANA


CIUDAD DEL VATICANO, 4 FEB 2010 (VIS).-Esta mañana, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, se presentó el Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2010, que este año se titula: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo".

  Intervinieron en la presentación el cardenal Paul Josef Cordes, presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum", Hans-Gert Pöttering, ex Presidente del Parlamento europeo y Presidente de la Fundación Konrad Adenauer y monseñor Giampietro Dal Toso, subsecretario del mismo dicasterio.

  Comentando el mensaje, Pöttering  señaló que "el Santo Padre indica que una forma radical secularizada de justicia distributiva separada de la fe en Dios se convierte en ideológica. Como político -dijo-, me gustaría añadir: Hemos experimentado hasta dónde puede llegar esta idea en un sistema socialista decaído".

  "Solidaridad o caridad implica la responsabilidad de defender y proteger -continuó- la dignidad universal de todo ser humano en todo el mundo y en todas las circunstancias. Si queremos preservar la libertad e incrementar la justicia, tenemos que situar el valor de la fraternidad o solidaridad en el centro de nuestro pensamiento político".
 
  Tras recordar las palabras de Pablo VI: "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz",  afirmó que "es necesario dar un paso más y decir: "La solidaridad es el nuevo nombre de la paz". Al afirmarlo, volvemos a situar la libertad y la igualdad en un equilibrio apropiado con la solidaridad".

  "El Santo Padre -terminó- ha indicado dos conclusiones esenciales acerca del sentido cristiano de la justicia: abandonar la autosuficiencia y aceptar nuestra misión con humildad. Esta es la brújula para toda política comprometida con la responsabilidad cristiana, no solo en el período de Cuaresma 2010, sino también en este siglo XXI, con la tarea enorme que nos espera de forjar la globalización".  
  
  Por su parte, el cardenal Cordes dijo que "no sin  motivo, resuena por todas partes en el mundo la llamada a la justicia. El mundo de la política y la convivencia de los pueblos piden en todos los lugares esta relación entre las diversas fuerzas sociales. Este es el ámbito de la justicia" que "se pisotea con la violencia, con la opresión de la libertad y con la falta de respeto de la dignidad humana, con malas leyes y con la violación de los derechos, con la explotación y con sueldos de hambre".

  "Hay, por tanto, factores sociales que deben corregirse; y en esa lucha no hay que olvidar que la Iglesia cuenta con méritos", afirmó el purpurado, recordando que "a ejemplo de Jesús ya los primeros cristianos se hicieron cargo de las necesidades de las personas" y "más tarde en la Edad Media, (...) con la "Tregua Dei", los hombres de la Iglesia ponían a seguro los bienes de la gente sencilla frente a la nobleza y la invitaban a manifestaciones de masa que con el grito "Pax, Pax, Pax", fomentaban el deseo entusiasta de una convivencia pacífica".

  También "en la época moderna, cuando los Estados europeos convirtieron a otros países y continentes en colonias suyas, sometiéndolos a menudo a una explotación salvaje, misioneros cristianos y religiosas no solo llevaron la fe a los habitantes de aquellas tierras, sino que les enseñaron un estilo y una calidad de vida".

  Pero "los que analizan con precisión la aportación de la Iglesia en favor de un entendimiento pacífico entre los pueblos se dan cuenta enseguida de que el problema de una convivencia justa no puede resolverse solo con intervenciones mundanas. (...) Como el Papa enseña también, nosotros tenemos que ir más allá de la forma común de concebir la antropología para llegar a una visión completa del ser humano: así el concepto de justicia revela todo su contenido".

  "El mal viene de dentro, del corazón del ser humano, como dice el Señor en el Evangelio. William Shakespeare y George Bernanos lo cuentan en sus obras. (...) Stalin  en Ucrania y Hitler en Auschwitz no tenían escrúpulos en dar rienda suelta a su maldad. (...) La experiencia del mal nos enseña que sería ingenuo confiar solamente en la justicia humana, que interviene desde fuera en las estructuras y en los comportamientos. El corazón del ser humano tiene que curarse".

  El presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum" recordó que "como cada año, el Mensaje Cuaresmal exhorta a toda la humanidad de nuestro tiempo a cumplir buenas acciones", pero "la Palabra del Papa es ante todo un desafío a nuestra voluntad para que se fíe de Dios y crea en Él. (...) En nuestros días la vida ordinaria no nos lleva a Dios; su ausencia caracteriza nuestra experiencia cotidiana. Una vez más descubrimos que el Evangelio no está en sintonía con el consenso burgués y por eso hay que proclamarlo siempre de nuevo"·.

  "En la última parte de su Mensaje, el Papa resalta la salvación en Cristo como el fundamento de la justicia humana", concluyó el purpurado. "Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar porque pone en evidencia que  no es un ser autárquico, porque necesita de Otro para ser plenamente sí mismo. Convertirse a Cristo, al Evangelio, significa, en el fondo, esto".
OP/MENSAJE CUARESMA/POETTERING:CORDES            VIS 20100204 (860)



MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA CUARESMA 2010


CIUDAD DEL VATICANO, 4 FEB 2010 (VIS).-Se ha publicado hoy el Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2010. El texto, fechado el 30 de octubre de 2009, lleva por título la siguiente afirmación de San Pablo en su Carta a los Romanos: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo". Sigue el documento íntegro en su versión española:

  "Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).

  Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia", que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo" - "dare cuique suum", según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste "lo suyo" que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia "distributiva" no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si "la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21).

  "El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc  7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene "de fuera", para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar -advierte Jesús- es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

  En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que "levanta del polvo al desvalido" (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en "escuchar el clamor" de su pueblo y "ha bajado para librarle de la mano de los egipcios" (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario  salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un "éxodo" más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

  El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

  ¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la "propiciación" tenga lugar en la "sangre" de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la "maldición" que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la "bendición" que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de "lo suyo"? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

  Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "más grande", que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

  Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

  Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica".
MESS/CUARESMA 2010/...                            VIS 20100204 (1560)


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